Me llamo la calle
Escrito por Marion de Cool Maryon
Ya sea tranquila, sucia, romántica, animada, peligrosa, oscura o caótica, la calle ofrece una historia, una arteria, una identidad a lugares del mundo entero. Te hace soñar y temblar de miedo. Te hace llorar y sonreír.
La calle fascina.
Primera parada en México: Tijuana, la peligrosa. Reputación justificada o no, no llama la atención por eso. Lo que reverbera contra el asfalto son los colores penetrantes, los aromas embriagadores. La gente que se empuja, ríe y se agita. La calzada repleta de comida, desperdicios y telas de todo tipo. Las avenidas, como hervideros crepitantes. La intensidad vibrante y envolvente de la ciudad.
Una presentación caótica y algo sobrecogedora pero increíblemente palpitante.
El viaje prosigue y las ciudades se suceden, unas veces sublimes, otras sorprendentes.
Los mercados, tanto cubiertos como callejeros (los llamados ‘tianguis’), están por todas partes y proponen delicias gustativas, artesanía de detalles misteriosos, textiles que plasman un minucioso trabajo, fruta jugosa llena de promesas coloridas…
El todo mecido por los gritos y abucheos de los vendedores, que se desgañitan de sol a sol, se comunican en idiomas de contornos extraños y se ayudan entre sí con naturalidad. Y con razón. Se trata de un lugar de transacciones histórico, casi sacro, en el que las comunidades se reunían para comerciar y compartir; un lugar con su propio sistema de gestión, complejo y organizado. Un medio ideal, en suma, para perpetuar los intercambios comunitarios, los dialectos nativos y las hermosas tradiciones.
Pero los mercados no son el único canal de distribución de prendas y alimentos.
Los carritos ambulantes y los puestos, muchas veces cojos, se disputan la calle y permiten a la población local y a los turistas deleitarse con lo que se suele llamar la street food. ¡Y la mexicana está a otro nivel! Los famosos tacos que doblan, doran y untan con carnes asadas para que acaben devorados en el propio mostrador son el mejor método para practicar mi modesto español. Los elotes, esas elegantes mazorcas de maíz, les hacen la competencia, recubiertas en un frenesí absoluto de queso y mayonesa. Las tortas y las palomitas crujen, el mole intriga, las flautas sorprenden y los tamales se derriten. Una diversidad apasionante, un saber hacer que emociona.
Y cuando el hambre calla, la artesanía local toma el relevo. Por las calles circulan vestidos tradicionales y delicadas piezas de cerámica. Se presentan en brazos, cabeza, suelo o paredes. Todos los espacios están utilizados sabiamente. Pero donde más se me iluminan los ojos es en San Cristóbal de las Casas, en Chiapas. Las impresionantes técnicas de fabricación reflejan un patrimonio cultural impregnado de belleza y, aunque cada ciudad y cada pueblo posean sus particularidades, costumbres y sabores, todas hacen gala de la misma alegría, la misma agitación, la misma minuciosidad, el mismo ruido, la misma música.
Esta música se honra en los múltiples festejos que se celebran constantemente. Cualquier ocasión es buena para bailar, alabar a los dioses, cantar a la vida, caminar juntos, trasmitir valores y cultos ancestrales o recordar la historia. Desde el carnaval Zoque (el más antiguo de México) hasta las sublimes procesiones de Semana Santa, pasando por el mundialmente famoso Día de los Muertos, los recintos bullen, se elevan las voces y las sonrisas jamás se marchitan. Estos eventos, caldos de cultivo de alegría y euforia, despiertan los sentimientos y entre susurros les dicen a los transeúntes al oído que no se olviden de que cada día es una fiesta. Los mexicanos saben de lo que hablan.
Y cuando no son los tacos los que llaman la atención son las iglesias, templos y conventos los que se ocupan de deslumbrar. Estos edificios religiosos pueblan las calles e imponen una arquitectura rutilante con esplendorosas decoraciones. El templo de Santo Domingo en Oaxaca, la parroquia de Santa Cruz en Puebla, la iglesia de Nuestra Señora de los Remedios en Cholula… todas dejan sin aliento. Estos lugares de culto cargados de historia son la imagen de la sabiduría, la calma y la belleza. Representan al mismo tiempo una sabia mezcla de ceremonias olvidadas y nuevas tradiciones y un fiel retrato de la religión católica.
Los mexicanos, profundamente practicantes, oscilan entre sus creencias prehispánicas y las enseñanzas del catolicismo.
Una herencia compleja pero fascinante. Enseñanzas poderosas y llenas de sentido.
Pero en México, la calle también es sinónimo de resistencia. Resistencia para preservar los pueblos autóctonos. Resistencia ante la violencia que sufren las mujeres. Resistencia frente a los malintencionados invasores. Resistencia ante la voluntad de destruir los ritos ancestrales. Resistencia frente a las desigualdades sociales. Las voces de los Zapatistas se alzan, las asociaciones continúan formándose y luchando, las mujeres pegan carteles y se manifiestan; la solidaridad es más fuerte que nunca.
Aquí, el pueblo no se da por vencido, continúa luchando en un espíritu de comunidad independiente.
Sí, la calle fascina. Sobre todo la de México.
Cuando estoy en Oaxaca, me muevo a la sombra de los mixtecos al ritmo de maravillosos bailes tradicionales.
Cuando estoy en Morelia, en el estado de Michoacán, deambulo de puesto en puesto atiborrándome de platos típicos y saboreando cada comida como si fuese la última.
Cuando estoy en Guanajuato, me maravillo ante la belleza de las casas de mil colores anidadas en las ondulantes montañas.
Cuando estoy en Puebla, rezo ante cientos de iglesias y sueño despierta frente al volcán Popocatepetl.
Cuando estoy en San Cristóbal, recorro las callejuelas y aprendo gracias a las comunidades indígenas tan presentes y tan hermosas.
En México la calle es necesaria, importante y vital.
Sean cuales sean sus defectos y los aspectos que mejorar, debe continuar existiendo bajo esa forma caótica, avasalladora, rebelde y, quizás, por fin libre.
Debe continuar tejiendo sueños y siendo el vehículo de esa alegría contagiosa que caracteriza a un país tan maravilloso como es México. A fin de cuentas, gracias a ella nada se olvida.
Y que todos viven.
Escrito por Marion de Cool Maryon
Traducción al español dentro del proyecto PerMondo para la traducción gratuita de páginas web y documentos para ONG y asociaciones sin ánimo de lucro. Proyecto dirigido por Mondo Agit. Traductoras: Lis Díez Bourgoin et Carmen María Linares
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